Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil
2 de Abril
Cuentos de papel y arena
Con motivo de la celebración del Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil la Biblioteca del IES
los Neveros ha invitado a un pirata intrépido y un poco temerario -¡sobre todo
por no tener miedo a los niños!- que ha venido a contarnos dos cuentos muy
interesantes con los que, además de pasarlo muy bien, niños, niñas, profes y
madres, hemos aprendido la importancia de
conjugar la prudencia con el valor de perseguir nuestros sueños: El pirata
que no tenía miedo al mar.
La flor más grande del mundo, de José Saramago ha recordado a niños y mayores
la importancia de cuidar la naturaleza en este mundo nuestro cada vez más
alejado de ella. Y otra cosa muy importante: nadie es demasiado pequeño para hacer grandes
cosas.
El pirata nos regaló también un poema de Gloria Fuertes
porque como a ella le gusta el mar y contar historias.
Marinero sin tierra
Marinero sin tierra
náufrago sin velamen
huérfano de puerto
nave sin timón.
Rodeado de agua y sediento
rodeado de pescado y hambriento
rodeado de olas y sin saludos
rodeado de dólares y desnudo.
La flor más grande del mundo
En el cuento que quise
escribir, y que no escribí, hay una aldea. Ahora comienzan a aparecer algunas
palabras difíciles, pero, quien no las sepa, que consulte en un diccionario o
que le pregunte al profesor.
Que no se preocupen los que no
conciben relatos fuera de las ciudades, ni siquiera los infantiles; a mi niño
héroe sus aventuras le esperan fuera del tranquilo lugar donde viven los
padres, supongo que también una hermana, tal vez algún abuelo, y una parentela
confusa de la que no hay noticia.
Nada más empezar la primera
página, sale el niño por el fondo del huerto y de árbol en árbol, como un
jilguero, baja hasta el río y luego sigue su curso, entretenido en aquel
perezoso juego que el tiempo alto, ancho y profundo de la infancia a todos nos
ha permitido…
Hasta que de pronto llegó al
límite del campo Hasta que de pronto llegó al límite del campo que se atrevía a
recorrer solo. Desde allí en adelante comenzaba el planeta Marte, efecto
literario del que el niño no tiene responsabilidad, pero que la libertad del
autor considera conveniente para redondear la frase.
Desde allí en adelante, para
nuestro niño hay solo una pregunta sin literatura: ¿voy o no voy?” y fue.
El río se desviaba mucho, se
apartaba y del río ya estaba un poco harto por que desde que nació siempre lo
estaba viendo. Decidió entonces cortar campo a través, entre extensos olivares,
unas veces caminando junto a misteriosos setos vivos cubiertos de campanillas
blancas, y otras adentrándose en bosques de altos fresnos donde había claros
tranquilos sin rastros de personas o animales, y alrededor un silencio que
zumbaba, y también un calor vegetal, un olor de tallo fresco sangrado como una
vena blanca y verde.
¡Oh, qué feliz iba el niño!
Anduvo, anduvo hasta que los árboles empezaron a escasear y era ya un erial,
una tierra de rastrojos bajos y secos, y en medio una inhóspita colina redonda
como una taza boca abajo. Se tomó el niño el trabajo de subir la ladera, y
cuando llegó a la cima, ¿qué vio? Ni la suerte, ni la muerte, ni las tablas del
destino… Era sólo una flor. Pero tan decaída, tan marchita, que el niño se le
acercó, pese al cansancio.
Y como este niño es especial,
como es un niño de cuento, pensó que tenía que salvar la flor. Pero ¿qué
hacemos con el agua? Allí, en lo alto, ni una gota. Abajo, sólo en el río, y
¡estaba tan lejos!… No importa.
Baja el niño la montaña,
atraviesa el mundo todo, llega al gran río Nilo, en el hueco de las manos
recoge cuanta agua le cabe. Vuelve a atravesar el mundo, por la pendiente se
arrastra, tres gotas que llegaron, se las bebió la flor sedienta. Veinte veces
de aquí allí, cien mil viajes a la Luna, la sangre en los pies descalzos, pero
la flor erguida ya daba perfume al aire, y como si fuese un roble ponía sombra
en el suelo.
El niño se durmió debajo de la
flor. Pasaron las horas, y los padres como suele suceder en estos casos,
comenzaron a sentirse muy angustiados. Salió toda la familia y también salieron
los vecinos a la búsqueda del niño perdido. Y no lo encontraron.
Lo recorrieron todo, desatados
en lágrimas, y era casi la puesta de sol cuando levantaron los ojos y vieron a
lo lejos una flor enorme que nadie recordaba que estuviera allí. Fueron todos
corriendo, subieron la colina y se encontraron con el niño que dormía.
Sobre el, resguardándolo del
fresco de la tarde, se extendía un gran pétalo perfumado, con todos los colores
del arco iris. A este niño lo llevaron a casa, rodeado de todo el respeto, como
obra de milagro.
Cuando luego pasaba por las
calles, las personas decían que había salido de casa para hacer una cosa que
era mucho mayor que su tamaño y que todos los tamaños.
Y esa es la moraleja de la historia.